Elogio sin sombra

De todas las leyendas que se atribuyen a Borges —y que no paran de crecer— algunas son ciertas. Cuando Chesterton visitó Buenos Aires, el autor de Inquisiciones decidió no ir a verle por temor a que se desvaneciera el hechizo, y así seguir conociéndolo sólo a través de sus libros. El mismo Borges declaraba —como Aldous Huxley— que si pudiera, siempre viajaría con los volúmenes de su 11ª edición de la Enciclopedia Británica, una obra de lectura considerada erróneamente de consulta, con artículos de Swinburne, Macaulay o uno de sus escritores más íntimos, De Quincey.

El diario Borges contiene —como los grandes libros— el relato de una amistad, un mapa detallado sobre los secretos de la escritura y una declaración de amor a la literatura inglesa. De hecho, Borges insiste en que en Francia no se juzgan los libros por buenos o malos, aburridos o divertidos, sino por tendencias, escuelas y generaciones. La literatura inglesa es, en cambio, una multitud de individuos, sin interés por ser ortodoxos o herejes. Pope frente a Boileau.

Por las páginas de Borges se confrontan los aciertos y los excesos de Coleridge y Wordsworth, su debilidad por Poe —aunque confiesa que no aguantaría una relectura— y Shaw, o los hallazgos que contiene la poesía de Donne. Respecto a las sociedades browninianas, nos revela que Browning nunca las desanimaba y que admitía, magnánimo, cualquier interpretación de sus poemas. A veces, es Bioy el que tiene que borrar alguna de las infinitas reticencias de Borges, y señalarle los méritos de Jane Austen. Las críticas y objeciones que recibe Henry James son equilibradas con numerosas virtudes, un escritor al que siempre recurren y abandonan, como un cuento circular de Borges.

Una de las mejores aportaciones de los ingleses a la literatura es el valor de la anécdota, y la definición de Sir Thomas Browne de gentleman: persona que trata de no dar molestias. Cuando Borges sospechó de la existencia del libro de Bioy, le aconsejó que leyera las Note-Books de Samuel Butler, “de la familia de Montaigne y Plutarco”. La prosa de Arnold o Gibbon, además de las Vidas de los poetas ingleses constituyen uno de los más confortables programas de lectura. Ya se sabe que Borges, si se veía obligado a elegir, prefería Johnson a Shakespeare.

 

La Vanguardia, 10 marzo 2010